Archivos para febrero, 2012

“Yo canto el cantar eterno / que es el cantar más sentido…” (Tango Cantar eterno)

Javier Sordo rompió la tradición de mandar bombones al aniversario. No hubo bravura pero sí interés en el desigual encierro jugado, cuyos nombres –por el orden en que salieron– construyeron la frase 500Años(de)-FiestaBrava-Tradición-Cultura-Arte-Libertad-Pasión-Expresión-(y)¡Olé!; En dos faenas El Juli devolvió el peso justo a un devaluado adjetivo: `maestro´; Con muletazos de empaque y estética los Josés cortaron sendas orejas livianitas; Silveti, aclamado por el público cual rockstar, torea con un libro bajo el brazo que abandona para matar.

Por Mauricio Romero

Legión de camionetas negras lustrosas (Lincons, Suburbans, Porsches). Ejército de guaruras con saco esport por aquí y por allá con sus manoslibres: águila, águila, catorce veinticuatro. Selección de güeras con sonrisas de edecán. Jóvenes pospubertos con lentes de aviador, puro en la mano y guarura detrás: puma, puma dieciocho cuarentaiseis principal. Filas de indignados en las taquillas: Lo mismo me dijeron la semana pasada, quesque no había, y ya ve: ¡ni se llenó!… Con un “¿quiere boletos, jefe?”, recibió una señora gorda al indignado tras ser bateado en la taquilla –quién sabe si el indignado entró, porque los de 200 los dejaban nomás en mil 300 pesitos.

Casi lleno en el numerado –seguro varios indignados no les dieron la gana a los señoresrevendedores– y entrada mediocre en general. ¿En días de acarreados por qué la empresa no aplica la misma en general? Digo, nomás para tener una foto de la plaza reventada hasta el reloj.

Los antis no se aparecieron afuera de la cumpleañera porque a la hora de la corrida se habían plantado semidesnudos con banderillas en la espalda al pie del Ángel de la Independencia. Así que gritos y escupitajos no hubo. Sólo la romería nice invasora de esta fecha. El cincoefe, dicen. Cuando vienen los buenos tourherous, güey, aseguran los niños bienpeinaos. Mamones, dijo hacia sus adentros don Luis, boletero de la puerta seis.

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El paseíllo, el despeje del ruedo adornado de flores, la entrega de un premio al madrileño, el saludo en el tercio de los cuatro toreros y una vuelta al ruedo de una pancarta con el hashtag #SíALosToros a cargo de las “Juventudes Taurinas” –si hay Juventudes Peñanietistas, Juventudes Americanistas, Juventudes Cristeras y hasta Juventudes Elbistas: por qué no Juventudes Taurinas, carajo– retrasaron la salida del primero de la tarde casi veinte minutos.

500 Años, número 363, salió entre el movimiento habitual de quienes no saben si su boleto es de sol o sombra. Esos lugares están hasta el otro lado, joven. ¡Fii!, ¡ay va el agua! Verónicas y media. El toro no se entrega. El puyazo apenas es señalado cuando el de Xajay acude rebrincado. Las chicuelinas del Juli han cambiado: de las quitoelcapoteygiro ha evolucionado a la suerte basada en las muñecas. El olé de la plaza con unas 25 mil personas estremece al momento. La ovación tras el quite es fuerte.

No hay brindis pues el abreplaza ha sido incierto. Los primeros momentos con la mano derecha se tragan como raund de prueba. Al Juli se le ve serio, se le nota la concentración. El toro puntea, se queda y cuando va lo hace con la cara alta. A veces las embestidas son cortas, en otras pasa completo. Por dónde, por dónde. Un derechazo en los medios hace cambiar el gesto en el torero. Ya lo entendió, ya vio. No tan fácil, parece responder este primero. Es fijo, pero es tardo y tiene sentido. El silencio es de expectación. Hay interés.

Julián se despatarra y se deja ver. La pierna de cite va por delante. De la quietud se cosecha un par de muletazos. ¡Olé! ¿Viste? Lo está retando. También hay viento, pero no parece importunarlo. Una dosantina provoca la explosión de la gente, ni quién pensara que el toro pudiera ir en redondo. ¡Torero! La pelea sigue y es al tú por tú. El Juli ofrece el cuerpo entre la respiración del tendido. El grito se escucha cuando 500Años acepta el reto y levanta al torero. El los medios está a merced en lo que llegan los capotes a revolotear para hacer el quite. El rayón en el muslo derecho sale barato. El madrileño con un gesto de Bulldog lucha para quitarse el vestido rasgado, Manzanares ayuda a sacar la chaquetilla. A por el toro de nuevo con la mirada fija y la misma cara de perro de pelea.

Unos lo admiran por el valor, otro lo respetan por la actitud. Hay miedo en la plaza porque se sabe que el descastado puede buscarlo otra vez y, además, el que estaba vestido de negroyoro quiere más. Un natural, ¡uno!, pone a todos de pie. Ese muletazo representa el triunfo sobre el animal. El coro, “¡to-re-ro, to-re-ro!”, como lo cuentan los abuelos, hace pensar en otra época. La estocada contraria y trasera vino con una suerte entregada, con verdad. En el callejón sonríen y disfrutan los tres alternantes. Éste es un torero para toreros. Las dos orejas en la plaza, en ese momento, saben a bien ganadas. Después quién sabe…

Verónicas a pies juntos recibieron al quinto de la tarde (Arte, número 337). El puyazo de Curro Campos –quien vestido de figura y con la barbilla en el pecho es una pintura arriba de su caballo– es bueno sobre el distraído toro queretano. Y agáchese, vendedor de algodones, que viene uno de los quites de la temporada:

En el centro del ruedo el torero.

En el burladero de matadores el toro.

(El dedo en la cámara lista para obturar.)

El de Xajay no va claro ni franco, no es para zapopinas. De cualquier forma El Juli cita a la Pablo Herraiz desde los medios: los dos tiempos de la suerte los alarga, torea y se ciñe a las espinillas los pitones. Es para ponerse de pie. Uno piensa en la réplica de Joselito Adame… ¡el tercio que sería! Cobijado de aplausos se va el torero a tomar agua en lo que se adorna el morro en el segundo tercio. Brindis sentido a Diego Silveti, al apellido Silveti más bien.

Arte es soso y no da más que medias embestidas. Con cualquier otro la cosa ahí quedaría. Pero arriba la sensación es de que se está viendo a un Federer, a un Fernando de la Mora –el tenor, no el ganadero–. El torero vuelve a poner el cuerpo de por medio, con las zapatillas y la confianza bien enraizadas en el albero. Hoy disfruta de tirar la moneda, hoy se gusta a sí mismo… hoy torea para sí mismo. El toro ve por encima del palillo y se toca con los muslos, el maestro cambia el viaje con una capetillina que haría sonreír a don Manuel. Un recurso tan común en estos días impactó con la novedad dada por la verdad. ¡Torero! Mucho torero para este toro. Cita en la suerte contraria –necesaria con este encierro– y con el conocido julipié deja una estocada entera. La gente está emocionada, extasiada más que por las obras por el portento que les está valiendo el boleto recomprado. Otra vez el tendido pintado de blanco con el “¡to-re-ro, to-re-ro!”. Dos orejas. Todo el mundo feliz a pesar de la colocación de la espada en ambos toros –ojo, como diría petulantemente pero con razón Eduardo Maya–. Abucheos al toro.

Uno añora a Corrochano y su opinión, él que vio a Joselito, habló con El Guerra, entrevistó en su despedida a Fuentes y al final aconsejó a Luis Miguel… ¿Qué pensaría del Julián de estos días?

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Para cuando salió el cuarto de la tarde Silveti ya había visto a sus compañeros dar la vuelta regresando prendas tras cortar apéndices, como les dicen a las orejas. El toro, Cultura de nombre, lo mejor que hizo fue partir el redondel desde toriles. Después no tuvo ningún empacho en gritar su mansurronería. Al tendido no le gusta ver toros descastados como éste, pero a los demás ni los ven. Así que hasta pitos se escucharon porque Cultura buscó su querencia desde que vio la luz de la plaza.

La vara fue tal y como se esperaba: el de Xajay se escupió y fue a dar en su huida con el caballo frente a cuadrillas cuando debería estar más abajo, pero bueno… Salida al tercio de Gustavo Campos tras sesgar saliendo de toriles. Es bonito cuando se aplaude a un banderillero y a esta plaza le gusta hacerlo. Brindis a todos.

Diego Silveti está muy toreado y se le nota. No discute con el toro y le da lo que quiere. Algo similar le pasó en Madrid en su despedida de novillero: un toro rajado que nomás va hacia las tablas, él se las da y aprovecha hasta donde puede. El esfuerzo se ve en cómo intenta quedarse con él al mandar en cada pase. No te vayas, pa´ eso te dejo la muleta en la cara. El que hizo sonrojar al arquitecto hasta salía contrario con tal de buscar su querencia.

Todo lo hizo tal cual lo dictan las normas el hijo del Rey David: citar hacia afuera –hay que echarle valor a eso– para ligar dándole los adentros al rajado. Una tanda es coreada fuertemente frente la puerta de caballos. Una más con todo orientado hacia las tablas. Hay que darle los terrenos que el astado quiere. Olé, cómo no. Otra tanda en redondo contrario a lo que el rajado quiere –en ello hay mérito–, en el remate no se la perdona a Diego: arropón: fuera casaquilla. Una tanda más con el libro que manda hacia el callejón. A todos encanta la sonrisa del último de los Silveti. Quién no está con él. Las bernardinas cambiadas –que cada cambio sea hacia las tablas no es coincidencia– provocan el alarido de  la multitud. El guanajuatense ha tomado apuntes, no hay duda, bueno… quizá no prestó atención en la suerte de matar donde –inexplicablemente para un servidor, perdón– se tiró en la suerte natural, cobrando una estocada defectuosa, un calvario con dos avisos y voltereta incluida. La ovación después del último descabello fue impresionante. Los pitos fueron para el de Xajay.

Con ¡Ole!, el cierraplaza –gracias a Diosnuestroseñor sin regalos, dijeron los partidarios de Josefina porque hay que ir a festejarla– Silveti dejó un quite por gaoneras para recordar: con el viento encima y la cadera para alargar el lance y salir limpio de ello. La exposición en estos defrentepordetrás, como se empeñan los españoles en llamar a la suerte, es de recordar. ¡Olé!

La lluvia ligera provocó la huida de los mensos y sus guaruras, impidiendo apreciar la valía de las manoletinas finales al descastado último del aniversario, muletazos que merecieron un público mejor. Tres cuartos de espada. El buen sabor de este torero con la plaza que desgarró su padre continua. La siguiente temporada será de consolidación. ¿Apuestas?

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A José María Manzanares se le esperaba con la expectación de la figura de moda. En la radio los aficionados gritaban: “la va a romper, la va a romper”, como si de futbol hablaran. Con el ánimo totalmente a favor partió plaza con la mano izquierda protegida y con un vestido cuyo bordado recordó a Juan José Padilla.

El segundo de la tarde, bautizado como Fiesta Brava, fue claro en el inicio y rajado al final. Con verónicas a pies juntos, chicuelina de mano bajísima y larga cargando la suerte el alicantino escuchó los primeros olés artistas. El criado por don Javier cumplió en el caballo y apenas cambiado el tercio ve a Fernando García, se arranca y el rehiletero mexicano resuelve con torería. La cuadrilla de Manzanares tiene la fama de ser la mejor del mundo. García lo sabe y también quiere lucir, lo consigue desde la forma en la que viene vestido, nomás que esos kilitos…

La faena es derechista con muletazos de real belleza pero la cosa no redondea. El jodón grito de: “regular… regular…” se escucha. Los pases de pecho hacia la hombrera son de remarcar. El toro empieza a ir con la cara arriba hacia la querencia y el espada lo deja. Siempre erguido, siempre elegante, consigue pases que calan en el tendido. Cómo no, con esa personalidad, sonríe el compañero que suma su cuarta chela de la tarde. La dosantina provoca aplausos. La tarde va bien, hasta el cielo se abrió.

En la suerte natural, cerca de toriles, cita a recibir –¿el toro era para recibir?– y no consigue respuesta del animal. El moro se distrae pero el torero mantiene montada la espada. La suerte es perfecta: marca los tiempos sin mover las zapatillas, hace la cruz y la espada entra. El golpe en el muslo derecho es fuerte y patenta la entrega. El acero quedó tendido, lástima, aun así se disfrutó la ejecución. Fiesta Brava cruza el ruedo en su agonía con la gente parada viendo, esperando. Descabello barrenando y pañuelos. Oreja. El cubetero está contento porque en dos toros vendió lo que en dos novilladas.

El sexto (Libertad, número 358) se lastimó la mano derecha y como no quiso regresar y los bueyes estaban dormidos le tocó al mismo Manzanares acabar con él, quien se tira como si lo hiciera en el carretón. Con el reserva llamado Pasión sólo consiguió un natural, ¡pero qué natural! Sobresalió también el peón de confianza del español, vestido con un negroyplata cumbre. Tras pinchazo y estoconazo escuchó lo único que no debe escuchar una figura: silencio. Los pitos fueron para el toro. Dicen que habrá revancha.

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De los cuatro, quien más toreramente hace el paseíllo es José Mauricio. Verónicas y media sentida recibieron al precioso Tradición, tercero de la tarde, que recargó en el caballo. Antes de abrirse la puerta de toriles, el capitalino palmeó con una sonrisa a Diego Silveti, quien devolvió el gesto asintiendo. Ambos decían: ahora vamos nosotros. Brindis a todos.

Seis estatuarios en el tercio y cambio de mano. Olé. Las palmas son fuertes. El toro ayuda. Qué tanda con la mano derecha, cambio de mano de nuevo y largo pase de pecho, hasta el rabo le peinó. Puede apuntar grande. Por el izquierdo el cárdeno pide otras cosas. Bah, no importa, dice el torero y regresa a la derecha. Templa algunos bonitos muletazos pero Mauricio parece estar más atento de sí mismo que de la condición del toro, la cual cambia naturalmente en el transcurso de la faena sin que el matador cambie cites o distancias y muestre que lo ha notado. Unos están con el  burel, otros con el coleta. En el embroque cierra los ojos y la espada queda caída.

André Breton dijo que el surrealismo escogió a este país, si hubiera sido más específico, por obligación habría señalado a esta plaza: la petición de oreja es clarísima. Gilberto Ruiz la otorga. El clamor por la segunda en tan sonoro como con la primera. El juez la niega y la bronca es fortísima: ¡buu! Al recibir el trofeo José Mauricio la rechifla es tan ruidosa como la petición que le llevó a la mano esa oreja. ¡fii… fii! La vuelta al ruedo se da entre división, lo mismo ocurre en el arrastre lento al toro. Ni Chabelo hubiera sabido qué hacer.

En su segundo no sólo le tocó lidiar con el enemigo que parecía de media casta, sino con el viento y el movimiento de la salida de los panistas que se van a festejar. Los doblones del inicio de faena valieron pero no hubo más.

Sesentaiséis años cumplió la plaza. En su historia ha visto toreros muy grandes, toros muy chicos y públicos locos. En medio del asfalto, el concreto, el acero y la nimiedad es una isla que huele a campo.  Su inmensidad hoy imposible de llenar refleja otra época. ¿Qué dirá de quienes vivimos domingo a domingo ahí?

mauromero@comunidad.unam.mx



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