Archivos para 1 noviembre, 2012

Almohadillas e insultos al hijo adoptado como príncipe; claroscuros de un buen torero frío; ovaciones, besos y apapachos al toreo del hijo del Rey David; y un polémico encierro del que jamás se sabrá si cumplía la edad, pues el juez no consideró necesario mandar a hacer los post mórtem.

Por Mauricio Romero


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El sobrio reloj de la Monumental marcó las cuatro y media, la hora esperada por muchos; no todos ya que el grueso de los visitantes de ocasión aún peleaban por entrar o terminar su taco sin atragantarse. El paseíllo se da con túneles, escaleras y pasillos repletos de aficionados al look taurino: botas, lentes de aviador y pantalón ajustado sin importar si se es hombre o mujer. El ¡Óle! de La México se oye entre la interferencia de los “¿esta es la sexta fila?”, “¿este es el segundo tendido?”… “¿aquí es sol o sombra?”. Compermiso, perdón… ay: aquí no era; compermiso, perdón.

No sólo se brindó un minuto de aplausos en recuerdo del maestro Mariano Ramos, sino que su última vuelta al ruedo, dentro de una cajita para sus cenizas y levantado hacia la multitud por su último alumno, Juan Luis Silis, representó el momento más taurino de la tarde. Flores, sombreros. Ovación eléctrica para el Torero de la Viga en cada metro de la despedida. Cálido el ¡adios, Mariano!; sincero el ¡gracias, maestro! La plaza retumbó, no obstante los que seguían forcejeando con su impuntualidad.

Al final se llenó el numerado, en General las porras y uno que otro colado nomás. El tiempo siempre afable: aun con cuatro horas de festejo con sólo un suéter ligero bastaba para estar a todo dar.

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Los primeros visos del huracán llegaron en la semana con las fotos del encierro de Xajay compartidas por la misma empresa. Hubo quejas desde la fealdad de algún ejemplar hasta la presunción de haber menores de edad, novillos, pues. Se dijera lo que se dijera ya estaba aprobada y no había más, sólo expresarse dentro de la plaza como a cada quien se diera la gana, según su educación y desesperación.

Enrique Ponce no necesitó pedir un primer espada, ya que la barrida al ruedo adornado y el homenaje a Mariano Ramos retrasaron la salida del primero 20 minutos, el tiempo que está un toro en el albero en España.

Artista, con el 501 en el costillar, fue el abretemporada. Verónicas suaves y revoleras. La nobleza y los kilos se le notan. El caballo cae de apenas un empujón y queda patas arriba, como tortuga. El trabajo para pararlo tarda, el valenciano decide quitar por chicuelinas, de mano baja y belleza. Es extraña la imagen de la principesca larga con la que remata teniendo de fondo a una cuadrilla sudando por levantar al empetado corcel.

El de Javier Sordo pronto se paró. La extrema nobleza permite muletazos templados que la gente corea, pero sin emoción. El maestro es especialista en convencer a los toros que son toros pero a este le cuesta. El descastamiento bondadoso no emociona a nadie. Silencio para el que viste de granayoro y abucheo al muerto de estocada tendida.

El cuarto de la tarde se convirtió en un concurso de chiflidos dirigidos a Ponce, al toro, al viento, a lo que sea. Lo importante es que don Miguel ya vendió lo que en media Temporada Chica. No ha parado de bajar y bajar cartones de cerveza con sus setentaitantos años a cuestas. Ponce pincha y pincha mientras don Miguel destapa y destapa helodias. Ni el aviso del regalo, antes de tirarse a pinchar, para la rechifla. La luna llena acaramelada que se asomó fue lo mejor. Sin importar el abucheo, una acérrima poncista exclamó: “es que salió a ver a Ponce”. Je.

La gran mayoría se quedó a ver salir el séptimo, lo que pinta por quién venían todos a los que en las novilladas nunca se les ve. Los pitos empezaron arriba y como en una bizarra orquesta de viento se desparramaron por toda la plaza. Irónicamente el de Xajay se llamaba Tapabocas. Con los ojos pelones que desnudaban su incomprensión, Enrique Ponce explicó a Diego Silveti la situación levantando y encogiendo los hombros. ¿Qué pasa, si no es diferente a los otros?, es más: hasta más descaradito de pitones está, parecía decir.

Las almohadillas volaban. Por un instante pareció que el valenciano ya no saldría. “¡Fuera, fuera!”, rugía la plaza. El juez ahora sí tenía excusa: por reglamento, toro regalado, palo dado. Ad hoc con la furia del tendido, el de Xajay volteó un par de veces la cara al capote y se escupió tres del caballo, enervando aún más la escena. “Que te vaya bien, mano”; “adiós”; “buena semana”, se escuchó de quienes volvían a poblar las escaleras aun cuando hay un animal y un torero en la arena.

Ponce escupe, mueve la cabeza, ve el ruedo lleno de cojines. Enojado toma la espada. Los ¡buus! y el vuelo de almohadillas no paran. El vacío de esta plaza crea un hueco que maximiza los olés por los que tanto se sueña, pero también las mentadas y las rechiflas. El abucheo realmente impresiona; es grueso, no corta, aplasta. Cae como pisadas de elefante. No es un reclamo cualquiera, parece ser la bronca reprimida por años de sospechas y abusos no cobrados. Por palizas perdonadas con un ramo de flores, nunca por una disculpa sincera. El pretexto parecía ser lo de menos, pues cuatro de los siete que mandó Javier Sordo pudieron ser la chispa que prendería el huracán. Irónicamente, una vez más, le tocó a Tapabocas ser esa chispa.

Tras intento frustrado de lidia, bajo la cerrada noche, la figura del ídolo se desconoció. Sudoroso, despeinado y con la piel transparente falló y falló con las espadas. Gritos, insultos, caras de asombro. Viejos aficionados de pie sólo observaban, en silencio. Sonrisas burlonas. El primer aviso. ¡Buuuuuu! El descabello no acierta. Ponce parece no tener fuerza, sus movimientos son torpes, intermitentes. Luce como un torero más. “No puede ser”, dijo el de la fila de atrás. “¡Ratero!”, le gritaron de más arriba. Segundo aviso. “¡Fueraaaaa!”. El valenciano ve con inocencia a su mozo de espadas, le hace un gesto interrogatorio levantando la cruceta como enseñando que no está afilada.

El tiempo corre y la bronca no baja, empeora. “¡Ya!”, “¡juez!”. Las miradas se elevan al palco esperando el tercer aviso. Cabizbajo y desmadejado pareció renunciar el maestro. Del callejón vinieron múltiples gritos para que volviera a la cara del toro. La cuenta se hizo larga, literalmente. ¡Por fin!, el número de golpes de descabello se perdió después del undécimo. La lluvia de cojines nunca terminó, cojines en su camino al burladero, cojines mientras respondía a la televisión. Cojines mientras se iba por el túnel. La bronca fue única, de reflexión.

Verdad fue la consigna, con todas sus redundancias; verdad en la edad del toro, verdad en el riesgo ante la verdadera bravura. En las manos de Enrique Ponce estará contestar las dudas y reproches. La México lo recibirá, muy duro pero lo hará, siempre y cuando le dé –¡sin dar espacio a la sospecha!– lo que solicita: respeto y verdad.

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A Fermín Spínola parece no importarle mucho ni dónde está, ni en qué fecha, ni en qué cartel. Y así parte plaza, vestido de turquesayoro: desgarbado, sin penas, como si este fuera sólo un día más.

Tipazo, número 509, es un toro interesante, a la vez con resabios y cualidades por las que hay que pelear. No recarga en el caballo, más bien se queja y rebrinca. Buen puyazo. El público pide que ponga banderillas. “Sí pone. Ve: aquí dice”. “¿Fermín qué?”, pregunta arrastrando un poco las palabras el que viene con la güera. Y eso que apenas es el segundo de la tarde. Spínola permite que su cuadrilla cubra el tercio.

El de Xajay va rebrincado y, aunque tardo, sigue el camino marcado por la muleta. Tiene la emoción de la que careció el primero. El torero se esfuerza concentrado, cambia distancias y terrenos. Prueba hasta conseguir una tanda coreada por el derecho. Por el izquierdo parece que puede ser, tira de él en tres pases que escuchan sonoros olés. Para algunos no es suficiente y el tendido se divide. Unos pitan y otros aplauden cuando Fermín se va de la cara del toro.

Cita a recibir en la suerte contraria. El arreón con la cara arriba le gana y cae. Tipazo lo busca, pisa y pega una cornada en el escroto. El torero queda tendido de espalda, inmóvil. Tras ser cargado hasta las tablas y recuperarse pincha hasta escuchar dos avisos, estos sí bien mediditos, bien contaditos por el juez. En el arrastre la división alcanza al toro mientras que el del Estado de México se va a la enfermería entre la indiferencia. En esta plaza no existe el silencio.

Al quinto, Don Juan, número 593, lo recibe de larga cambiada de rodillas. Limpia. Dos cuarteos sobrios y un último par puesto tras frenar a medio viaje y quebrar conformaron un buen tercio de banderillas, lejos de las carreras acostumbradas. Lo soso del toro y el ansia por ver a Silveti no permitieron que se diera nada más.

***

Leves protestas reciben al tercero de la tarde, Bonachón, número 564. Diego Silveti, de burdeosyoro, saluda a la verónica despatarrado y jugando los brazos. Han sido los olés más fuertes hasta el momento. Todos están con él; cuando sonríe, cuando camina, cuando cita; todo mundo está pendiente. El del arquitecto recargó y fue bien picado. ¡Ya!, es el grito de Alejandro Silveti, quien se pasea por todo el callejón como en una novillada.

Diego cita de lejos, Bonachón acude y el torero marca los tiempos para pasarse el capote a la espalda. Repite el de Xajay y le hilvana gaoneras con el compas abierto. Se siente, torea con emoción y el público ovaciona de pie. Por fin el ambiente se ha prendido, hasta el tercer toro.

El brindis es para todos. A Silveti no sólo le agradecen, se le ovaciona con fuerza y apapacha. Estatuarios, trincherilla y desdén. ¡Olé! Las palmas acompañan la ida de la cara del toro, la cual hace con garbo el torero. Bonachón es pronto, tiene emoción y permite disfrutar con la mano baja. A cada pase lo ilumina un alud de flashazos. “¡Cierra la boca, Ponce!”, grita divertido alguien de Sombra. Importante tanda por el derecho seguida de una dosantina muy celebrada.

Está bien Silveti, acumula pases. La gente los corea y disfruta, pero sin arrebato. Éste llega al final de la faena con una serie de ortinas, la segunda ceñidísima puso al público de pie, provocaron el grito de ¡torero, torero! Un feo espadazo, dos descabellos y un aviso no pararon la petición de oreja. El juez Jorge Ramos la negó. La salida al tercio fue aclamada, la vuelta al ruedo un poco protestada. Una ovación acompañó el arrastre del de Xajay.

Visionario, marcado con el 583, salió en sexto lugar. Tras cumplir el moro en el caballo, Silveti fue a buscarlo con el capote por detrás. El quite volvió a prender: saltilleras, revolera y recorte metiéndose hacia las costillas. Olés rotundos, de Temporada Grande. Cristian Hernández saludó en el tercio por aguantar el incierto viaje y colocar un gran par de banderillas a pitón derecho.

El toro se apagó pronto. El torero dispuesto siempre supo mantener la atención. En terrenos donde el descastado lo podía alcanzar insistió y convenció que por él no quedaba. La media estocada no acusó efectos rápido y sonó un aviso. Aun así se asomaron algunos pañuelos. Salida a los medios.

Muchos salieron enojados. Algunos amenazando que no volverían nunca más. Otros se veían alegres, vasos de cerveza en mano, sin saber qué había ocurrido. Otros más despotricaban contra la empresa y el juez: “se le debió ir vivo, se le debió ir vivo”. ¿La tarde cómo será recordada: como en la que el público despertó o como en la que La México mostró lo peor de sí? ¿O como en la que uno de los mejores toreros de la historia se encastó para regresar con una convicción: no dejar lugar a dudas?

mauromero@comunidad.unam.mx

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